miércoles, 7 de noviembre de 2018

Lo que nos hace felices

El otro día mi hija pequeña nos preguntó, así, a bocajarro, qué es lo que nos hace plenamente felices. Vamos, que si pudiéramos elegir dedicarnos a aquello que nos hace más felices, pues qué haríamos.
Lo sé. La puñetera niña tiene unas preguntas de las de tragar saliva antes siquiera de empezar a pensar la respuesta.

Mi marido lo tuvo claro: la música. Y en realidad, el 50% de su vida lo dedica a la enseñanza, o a la producción o a la interpretación musical. Y yo me quedé pensando.

Es curioso que a las mujeres rara vez se nos hace esta pregunta. Qué quieres, qué deseas, qué te hace feliz. Alguna vez, hablando con una mujer puérpera, tanto en mi actividad privada como en mi voluntariado, al plantearle esta sencilla pregunta la mujer ha roto a llorar. Porque ni ella misma lo sabe, y porque parece que a nadie le importe.

¿Qué me hace feliz a mi?

Pues aparte de lo obvio que queda de puta madre en un blog escrito por una madre (ya sabéis, esto de la maternidad, mis hijas, su sonrisa, cuando duermen, cuando ríen, cuando ves brillar sus ojos, ...) me hace feliz enseñar. Mucho. Mogollón.
Que ya sé que no soy profesora, y que no me dedico a la enseñanza. Lo voy a decir de otra manera: cuando estoy metida plenamente en la labor divulgadora, en el tú a tú, o mejor dicho, en el yo a vosotros.
Las charlas, las clases, cuando me pongo delante de un grupo de personas a compartir aquello que sé y para lo que me preparo día a día.
Es que salgo renovada. De verdad.


Hace unas semanas, una charla en una clase de preparto con una matrona, por ejemplo. Me lo pasé pipa. Y no solo por las caras de las madres que estaban descubriendo cosas nuevas, algunas, madres de otros mayores, colocando información que les hacía encajar piezas en sus propias experiencias previas. Era la residente, al fondo de la sala, tomando apuntes como si no hubiera un mañana. Esos apuntes que la van a distinguir, seguramente, a la hora de atender a otras madres cuando la toque.
Las charlas que soy mes a mes en mi asociación, a esas familias que llegan con muchas ganas de información, o con necesidad de apoyo, y encuentran en lo que les digo algunas soluciones.
Y ya el sumum. Cuando invitada a un instituto como representante de mi asociación, me pongo delante de 25 estudiantes y la hora se nos queda corta.

Pues eso. Que es una putada; una gran putada. Porque estaría sin problema 8 horas al día enseñando, y luego veo a otros que tienen esa suerte y no hacen más que cagarla. Y encima la culpa siempre es de los que les aguantan, que son sus alumnos.

Qué mal repartido está el mundo.