miércoles, 20 de febrero de 2019

Identificación

Esta entrada tiene ya unos añitos, concretamente 7 años como 7 soles. La recupero del blog que estoy cerrando, porque creo que hay cosas que no puedo dejar que se pierdan. Es cierto que no se basa en noticias frescas, sino en imágenes y cuestiones que pasaron hace 7 años. Bueno, que estuvieron pasando, en realidad, hasta hace un año y pico. Estos vídeos, y estos testimonios, incluido el mío, no quiero que se pierdan. Ahí va


Mi nombre es Raquel García Hernando, tengo 38 años y soy periodista. Es cierto que la vida me ha llevado por derroteros muy lejanos (o quizá no tanto) de la información periodística. Fui madre, y una jefa rumbosa me echó a la calle para que pudiera dedicar tiempo a mi hija (cágate lorito, que me echan y es por mi bien). Fue el ejercicio empresarial del periodismo el que me alejó de ese camino, pero todavía recuerdo por qué, desde muy pequeña, quise dedicarme a ese loco oficio del que se juega las pelotas por poner palabras a quien no puede hablar y cara al invisible. Digo todo esto, porque hoy me han entrado muchas ganas de llorar. Creí que lo de recibir ostias como panes era cosa de esos corresponsales que se van a donde vuelan balas o porras o las dos cosas para que los que estamos disfrutando del llamado “Estado de Derecho”, nos demos cuenta de la suerte que tenemos al vivir en un país donde podemos exigir unos derechos, y vivimos seguros y dignos. Y voy, y veo esto:   Es decir, que una panda de gilipollas vestidos de negro (recordemos a los que iban de alivio), pueden parar a quien les salga de la misma, arrear de bofetadas sin aviso ni provocación y dejar tirado a alguien a quien han podido lesionar seriamente. En Madrid. Una panda de gilipollas, digo, que al parecer no son los únicos gilipollas vestidos con el mismo uniforme: Aquí estoy acostumbrada a arremeter contra ginesaurios que creen que la palabra respeto es una simpática sucesión de letras que unas cuantas locas blanden para que las dejen parir agarradas a los árboles, y resulta que la cosa no es preceptiva del sector médico. Vamos, que ya sospechaba yo que cafres había en más sitios que en las consultas de los hospitales y centros de especialidades de este país. Pero que las mismas personas a las que confiamos nuestra seguridad sean capaces de tal muestra de bestialidad ya me preocupa. Y yo que pensaba que lo único que quería era que mis hijas parieran en paz, y ahora tengo que preocuparme por si las van a dejar o no decir lo que les salga de su mismísimo útero en mitad de la calle sin que la poli les parta la cara…

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